Los cazadores de voces
Hay una cita que siempre me impresionó y que encaja perfectamente con estos libros, y que dice así: “Toda mi escritura es prestar oído. Oír bien: ésa es mi preocupación. No tengo otra”. Pertenece a la escritora rusa Marina Tsvietáivera y es un culto al sentido del oído y la práctica de la escucha. También hay una anécdota en la vida de la joven Violeta Parra que en sus primeros pasos como poeta y compositora decide viajar por el interior rural de Chile con la idea de recopilar y recuperar las voces y expresiones culturales del pueblo chileno, plasmándolas luego en su trabajo musical para preservarlas y darlas a conocer. La voz de Violeta encarnará a esas voces que salió a buscar, se perderán en el telar de su voz, ya no sabremos dónde comienza una y dónde termina otra.
Quizá sea el mismo tipo de procedimiento que
llevó al poeta inglés William Wordsworth a dejar la ciudad y acercarse a los
campesinos del Lake distrit, para escucharlos y encontrar en sus voces
la posibilidad de retomar el abandonado verso blanco de Shakespeare y romper,
violentamente, con lo que llamaba “la hueca fraseología” de los poetas
laureados de su tiempo.
Son las cazadoras de voces. Los atrapa
sueños de las esquinas del aire. Siento que, si hay un puente entre Tsvetáyeva
y Violeta, o entre ellas y Wordsworth, es esa afición por la voz de la gente
común, el universo del llano conectado de alguna forma al dínamo del aura en la
palabra. Es lo que nos viene a proponer Tamara Domenech, poeta y docente argentina
que sale a buscar las voces de los estudiantes secundarios de escuelas
públicas. Eso que ellos sienten, eso que opinan, perciben, piensan y son
capaces de dejar por escrito a partir de distintos disparadores que Tamara les
ofrece.
Pero la cuestión no queda ahí, porque se
trata de engendrarles la misma manía, legar el procedimiento para que ellos
mismos se pongan al hombro la tarea de salir a recoger lo suyo y se conviertan
en detectives de la voz. El oído, el sentido infravalorado de los tiempos contemporáneos
cargados de ruido, tantea un mundo sumergido a esos adolescentes que se
despierta, se trata de jugar con otras sensibilidades, mostrarles que deben
atravesar la noche en la que viven para despertar. Recobrar la dimensión
política de lo posible flotando en el aire y de lo que no nos damos cuenta
todavía existe.
Alguien en uno de estos libros escribió: “...Tiene
una explicación científica, las ondas sonoras se mueven por el aire golpeando
cosas hasta que una oreja huérfana las adopte y también basta la explicación
emocional, un conjunto de sonidos te puede llevar a lugares que ninguna otra
cosa puede…”. Un pibe lo dice así, sin más, como si tanteara el principio
de un manifiesto que sintetizara (sin saberlo) el corpus que después los reúne
en libros: “Shock, tristeza y enseguida acción”/ ”Llenas de vida”.
¿Cómo convertirse en un cazador de voces?
¿Cómo salir a buscar un trino, un ruidito, un eco, un timbre, una intensidad,
el tipo de traducción de eso que queda suspendido y luego pasa a ser arte de la
palabra? ¿Cuál es el momento exacto que un sonido que emite la boca se
metamorfosea en una forma de la lengua, en el molde de la sintáctica y
semántica?
Mientras Tamara abre los disparadores en un
tipo de pedagogía del imaginario cósmico, remueve restos antiguos de una
literatura cargada de utopía, que alguna vez encerró a otras voces que se
perdieron o murieron, y se renueva en lo hablado, conversado, contado en las
historias que sus alumnos reciben como donación en sus casas, en la calle,
yendo a la peluquería o a una plaza.
Porque quien habla y busca es una nueva generación que rastrea una
identidad para saber quién es, que será, no hay allí meras individualidades, si
la forma de dar rienda suelta a bocas que cuentan y son entrevistadas para
decir y construir otra lengua, la que no está aplastada por el fragor acelerado
de las redes sociales o por los mecanismos que interpreta la academia o ciertas
burocracias.
Ya Borges en algún lado nos sugería que la lengua no es, como el diccionario nos dice, un invento de los académicos y filósofos; sino que ha sido desarrollada a través del tiempo, por campesinos, pescadores, cazadores y caballeros. No surge de las bibliotecas, sino de los campos, del mar, de los ríos, de la noche, del alba. Es hablada en la periferia y no en los centros. Es absolutamente rizomática y bulle en los deslices. Por eso el procedimiento es sumergirse en las voces de este magma, nadar en él, escuchar. Como Tsvietáivera, prestar oído. Algo que permita renovar la voz de lo que pueda escribirse en el futuro, demostración de que los jóvenes no están perdidos y son el puente, depositarios de ese proyecto que, sin saberlo, queda girando de nuevo como sueño, en la idea de que poesía puede ser hecha por todos.
Julián Axat


