jueves, 4 de diciembre de 2025

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Los cazadores de voces

Hay una cita que siempre me impresionó y que encaja perfectamente con estos libros, y que dice así: “Toda mi escritura es prestar oído. Oír bien: ésa es mi preocupación. No tengo otra”.  Pertenece a la escritora rusa Marina Tsvietáivera y es un culto al sentido del oído y la práctica de la escucha. También hay una anécdota en la vida de la joven Violeta Parra que en sus primeros pasos como poeta y compositora decide viajar por el interior rural de Chile con la idea de recopilar y recuperar las voces y expresiones culturales del pueblo chileno, plasmándolas luego en su trabajo musical para preservarlas y darlas a conocer. La voz de Violeta encarnará a esas voces que salió a buscar, se perderán en el telar de su voz, ya no sabremos dónde comienza una y dónde termina otra. 

Quizá sea el mismo tipo de procedimiento que llevó al poeta inglés William Wordsworth a dejar la ciudad y acercarse a los campesinos del Lake distrit, para escucharlos y encontrar en sus voces la posibilidad de retomar el abandonado verso blanco de Shakespeare y romper, violentamente, con lo que llamaba “la hueca fraseología” de los poetas laureados de su tiempo.

Son las cazadoras de voces. Los atrapa sueños de las esquinas del aire. Siento que, si hay un puente entre Tsvetáyeva y Violeta, o entre ellas y Wordsworth, es esa afición por la voz de la gente común, el universo del llano conectado de alguna forma al dínamo del aura en la palabra. Es lo que nos viene a proponer Tamara Domenech, poeta y docente argentina que sale a buscar las voces de los estudiantes secundarios de escuelas públicas. Eso que ellos sienten, eso que opinan, perciben, piensan y son capaces de dejar por escrito a partir de distintos disparadores que Tamara les ofrece. 

Pero la cuestión no queda ahí, porque se trata de engendrarles la misma manía, legar el procedimiento para que ellos mismos se pongan al hombro la tarea de salir a recoger lo suyo y se conviertan en detectives de la voz. El oído, el sentido infravalorado de los tiempos contemporáneos cargados de ruido, tantea un mundo sumergido a esos adolescentes que se despierta, se trata de jugar con otras sensibilidades, mostrarles que deben atravesar la noche en la que viven para despertar. Recobrar la dimensión política de lo posible flotando en el aire y de lo que no nos damos cuenta todavía existe.

Alguien en uno de estos libros escribió: “...Tiene una explicación científica, las ondas sonoras se mueven por el aire golpeando cosas hasta que una oreja huérfana las adopte y también basta la explicación emocional, un conjunto de sonidos te puede llevar a lugares que ninguna otra cosa puede…”. Un pibe lo dice así, sin más, como si tanteara el principio de un manifiesto que sintetizara (sin saberlo) el corpus que después los reúne en libros: “Shock, tristeza y enseguida acción”/ ”Llenas de vida”.

¿Cómo convertirse en un cazador de voces? ¿Cómo salir a buscar un trino, un ruidito, un eco, un timbre, una intensidad, el tipo de traducción de eso que queda suspendido y luego pasa a ser arte de la palabra? ¿Cuál es el momento exacto que un sonido que emite la boca se metamorfosea en una forma de la lengua, en el molde de la sintáctica y semántica?

Mientras Tamara abre los disparadores en un tipo de pedagogía del imaginario cósmico, remueve restos antiguos de una literatura cargada de utopía, que alguna vez encerró a otras voces que se perdieron o murieron, y se renueva en lo hablado, conversado, contado en las historias que sus alumnos reciben como donación en sus casas, en la calle, yendo a la peluquería o a una plaza.  Porque quien habla y busca es una nueva generación que rastrea una identidad para saber quién es, que será, no hay allí meras individualidades, si la forma de dar rienda suelta a bocas que cuentan y son entrevistadas para decir y construir otra lengua, la que no está aplastada por el fragor acelerado de las redes sociales o por los mecanismos que interpreta la academia o ciertas burocracias.

Ya Borges en algún lado nos sugería que la lengua no es, como el diccionario nos dice, un invento de los académicos y filósofos; sino que ha sido desarrollada a través del tiempo, por campesinos, pescadores, cazadores y caballeros. No surge de las bibliotecas, sino de los campos, del mar, de los ríos, de la noche, del alba. Es hablada en la periferia y no en los centros. Es absolutamente rizomática y bulle en los deslices. Por eso el procedimiento es sumergirse en las voces de este magma, nadar en él, escuchar. Como Tsvietáivera, prestar oído. Algo que permita renovar la voz de lo que pueda escribirse en el futuro, demostración de que los jóvenes no están perdidos y son el puente, depositarios de ese proyecto que, sin saberlo, queda girando de nuevo como sueño, en la idea de que poesía puede ser hecha por todos.

Julián Axat




 

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